2009年4月26日星期日

El ahorro de energía comienza en el hogar [Artículos]



Foto de Tyrone Turner


Conocemos la forma más rápida y barata de frenar el cambio climático: usar menos energía. Con poco esfuerzo, y una mínima inversión, podríamos reducir nuestra dieta energética 25 % o más, con beneficios para la Tierra y nuestros bolsillos. Entonces, ¿qué estamos esperando?

Hace poco, mi esposa, PJ, y yo tratamos de ponernos a dieta, pero no para bajar de peso sino como respuesta a nuestras inquietudes sobre el cambio climático. La comunidad científica ha informado que el mundo se calienta más rápido de lo predicho hace unos años, y que las consecuencias podrían ser severas si no reducimos de emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero que atrapan el calor en la atmósfera. Pero ¿qué podemos hacer como individuos? Y con el aumento de emisiones de China, India y otras naciones en desarrollo, ¿harán alguna diferencia nuestros esfuerzos?

Decidimos hacer un experimento. Durante un mes medimos nuestras emisiones personales de dióxido de carbono (CO2) como si contáramos calorías. Queríamos ver cuánto podíamos ahorrar, así que nos pusimos una dieta estricta. En una vivienda promedio de Estados Unidos se producen unos 70 kilogramos diarios de CO2 con actividades comunes, comrunning through corn mazes lost and scared on halloweeno encender el aire acondicionado o manejar un coche. Esto es más del doble del promedio de las naciones europeas y casi cinco veces el promedio global, principalmente porque los estadounidenses manejan más y tienen casas más grandes. Pero ¿cuánto deberíamos tratar de reducir?

Para encontrar la respuesta consulté a Tim Flannery, autor de La amenaza del cambio 
climático. En su libro, reta a los lectores a que recorten drásticamente sus emisiones personales para evitar que el mundo alcance puntos críticos irreversibles. “Para permanecer por debajo de ese límite, necesitamos reducir en 80 % las emisiones de CO2”, dijo.

“Suena muy alto –dijo PJ–. ¿Lo lograremos?”

También a mí me parecía poco probable. De cualquier forma, el punto era responder una pregunta sencilla: ¿cómo podríamos acercarnos a un estilo de vida manejable para el planeta? Así que accedimos a llegar al 80 % por abajo del promedio en los EUA, lo que equivalía a una dieta diaria de sólo 14 kilogramos de CO2. Después nos dedicamos a buscar algunos vecinos para que se nos unieran.

John y Kyoko Bauer eran los candidatos obvios. Ecologistas dedicados, ya estaban comprometidos con un estilo de vida de bajo impacto. Un solo auto, una televisión, nada de carne salvo pescado. Como padres de unos gemelos de tres años, también les preocupaba el futuro. “Por supuesto, cuenten con nosotros”, dijo John.

Susan y Mitch Freedman, por otro lado, tienen dos hijos adolescentes. Susan dudaba del entusiasmo con que sus hijos recibirían la propuesta de reducir su gasto energético en las vacaciones de verano, pero decidió intentarlo. Mitch, arquitecto, estaba trabajando en un edificio de oficinas diseñado para ser energéticamente eficiente, así que sintió curiosidad por ver cuánto podrían ahorrar en casa. Así que los Freedman también se apuntaron.


Empezamos un domingo en julio, día bastante confortable en Virginia del Norte, donde vivimos. La noche anterior aproveché que había pasado un frente y dejé abiertas las ventanas de nuestra habitación para disfrutar de la brisa. Estábamos tan acostumbrados a tener el aire acondicionado encendido todo el día que casi había olvidado que las ventanas se abrían. Los pájaros nos despertaron a las cinco de la mañana con un agradable escándalo. El sol salió y nuestro experimento comenzó.

Nuestro primer reto fue encontrar la forma de convertir nuestras actividades diarias en kilogramos de CO2. Queríamos llevar un registro de nuestro avance para cambiar los hábitos según fuera necesario.

PJ se ofreció a leer nuestro medidor de electricidad cada mañana y revisar el odómetro de nuestro Mazda Miata. Mientras tanto, yo llevaría el registro del kilometraje de la Honda CR-V y del medidor de gas natural. Apuntamos todos los datos en una gráfica que teníamos en la cocina. Aprendimos que un litro de gasolina agregaba significativos 2.34 kilogramos de CO2 a la atmósfera, una buena parte de nuestro gasto diario permitido. Un kilowatt por hora (kWh) de electricidad en Estados Unidos produce 0.7 kilogramos de CO2. Cada metro cúbico de gas natural emite casi dos.

Para darnos una idea aproximada de nuestra huella de carbono antes de la dieta, reuní las cifras de nuestras cuentas de servicios recientes e ingresé a varios sitios de cálculo en internet. Cada uno pedía información un poco diferente y daba un resultado distinto. Pero ninguno era bueno. El sitio de la Environmental Protection Agency (EPA) calculó que nuestra emisión anual de CO2 era de 24 618 kilogramos, 30 % más alta que la de la familia promedio estadounidense de dos integrantes; la culpable principal era la energía utilizada para calentar y enfriar nuestra casa. Evidentemente, teníamos que ir más lejos de lo que había pensado.

Para la mayoría de las familias del país, el calentador de agua representa 12 % del consumo de energía de la casa. Mi plan era bajar el termostato a 49 °C, como recomiendan los expertos. Pero al verlo de cerca, sólo encontré opciones para “caliente” y “tibio”, no para gradación. Sin saber qué significaba esto exactamente, lo puse en “tibio” y esperé lo mejor (el agua era un poco más fresca de lo deseable y tuve que reajustarlo después).

Cuando PJ se fue en la CR-V a recoger a una amiga a la iglesia, saqué mis herramientas para cortar el césped: cortadora, bordeadora y soplador de hojas eléctricos. Entonces me di cuenta. Todo este equipo nos iba a costar en emisiones de CO2, así que guardé todo en el garaje, me subí al Miata y manejé hacia el Home Depot para comprar una podadora manual.

No tenían lo que buscaba, así que conduje unos kilómetros más, a Lawn & Leisure, que se especializa en podadoras. Tampoco tenían, aunque sí había una gran variedad de tractores de jardín en exhibición. Mi siguiente parada fue un Wal-Mart, donde encontré otro anaquel vacío. Por último intenté en Sears, que tenía una cortadora de césped manual, la de exhibición.

Había visto publicidad que hacía parecer a las cortadoras manuales más recientes como instrumentos precisos, no los torpes aparatos que usaba de adolescente. Pero tras empujarla por el piso de la tienda, me decepcionó. Se sentía tosca comparada con mi modelo eléctrico, que puedo manejar fácilmente con una sola mano. Regresé a casa sin comprar nada.

Cuando me estacionaba, me di cuenta que había estado fuera haciendo el mandado de un tonto. No supe exactamente la magnitud de mi error hasta la mañana siguiente, cuando hicimos cuentas. Había conducido 39 kilómetros en busca de una cortadora de césped más ecológica. PJ había manejado 43 kilómetros para visitar a una amiga en un asilo. Habíamos utilizado 32 kWh de electricidad y casi tres metros cúbicos de gas para cocinar y secar nuestra ropa. El total de nuestras emisiones de CO2 del día: 47.9 kilogramos. Tres y media veces nuestra meta.

“Tenemos que esforzarnos más”, dijo PJ.


Recibimos algo de ayuda de un profesional en la semana dos, el “doctor de casas” Ed Minch, del Energy Services Group de Wilmington, Delaware. Le pedimos que hiciera una auditoría energética de la casa para ver si habíamos omitido algunas soluciones sencillas. Lo primero que hizo fue caminar alrededor de la casa, viendo cómo estaba compuesta la “envoltura”. ¿Habían creado, el arquitecto y el constructor, oportunidades para que el aire se filtrara hacia adentro o afuera? Luego se metió y utilizó un escáner infrarrojo para examinar el interior de las paredes. Un punto caliente o frío podría significar que teníamos un problema de ductos o que el aislamiento de la pared no funcionaba. Por último, sus ayudantes instalaron un poderoso ventilador en la puerta principal para disminuir la presión del aire dentro de la casa y forzar el aire a pasar por las posibles grietas de la estructura. Nuestra casa, según sus instrumentos, tenía 50 % más fugas de las que debía.

Una de las razones, descubrió Minch, fue que nuestro constructor había dejado un estrecho agujero rectangular en nuestros cimientos, bajo el cuarto de lavado, por razones que sólo podíamos suponer. El agujero estaba lleno de hojas del jardín. “Este es su punto principal –dijo–, su ventana abierta”. Sellar ese agujero se convirtió en una prioridad, ya que en Estados Unidos la calefacción representa hasta la mitad de los gastos de energía de una casa, y el aire acondicionado, una décima parte.

Minch también nos dio algunos consejos sobre lámparas y aparatos eléctricos. “Una cocina típica tiene 10 spots de 75 watts encendidos todo el día –dijo–. Es un gasto inmenso”. Remplazarlos con focos fluorescentes podría ahorrar unos 200 dólares por año. Refrigeradores, lavadoras, lavavajillas y otros aparatos pueden representar la mitad de la cuenta de electricidad de una casa. Los que tienen etiquetas de Energy Star de la EPA son más eficientes y pueden adquirirse con facilidades, dijo Minch.

No faltaban consejos sobre cómo recortar nuestras emisiones de CO2, descubrí. Incluso antes de la visita de Minch, yo había recolectado impresos y folletos de sitios ambientales en internet y compañías de servicios. En cierto modo era casi demasiada información.

“No se puede arreglar todo de golpe –dijo John Bauer cuando le pregunté cómo iban él y Kyoko–. Cuando nos hicimos vegetarianos no fue de golpe. Primero dejamos el cordero, luego el cerdo, después la res y finalmente el pollo. Hemos disminuido nuestro consumo de mariscos de algunos años a la fecha. No es distinto con la dieta del carbono”.

Buen consejo, estoy seguro. Pero dondequiera que volteaba, veía cosas que consumían grandes cantidades de energía. Una noche me senté en la cama y, en medio de la oscuridad, conté 10 pequeñas lucecitas: el cargador del teléfono celular, una calculadora, la laptop, una impresora, el despertador, el receptor de televisión por cable, el cargador de batería de la cámara, el detector de monóxido de carbono, la base del teléfono inalámbrico, el detector de humo. ¿Qué hacían tantas cosas?

Un estudio del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley encontró que la energía “vampiro” que gastaban los aparatos electrónicos conectados pero apagados podía sumar hasta 8 % de la cuenta de electricidad de una casa.

¿Qué más faltaba?

“Te puedes volver loco pensando en todo lo que usa electricidad en tu casa –dijo Jennifer Thorne Amann, autora de Consumer Guide to Home Energy Savings, quien había accedido a ser la guía de nuestro grupo–. Tienes que utilizar el sentido común y priorizar. No agobiarte demasiado. Piensa qué cosas podrás continuar cuando el experimento termine. Si es difícil alcanzar la meta en un área, recuerda que siempre hay algo más que puedes hacer”.


Ese fin de semana asistimos a la boda de mi sobrina, Alyssa, en Oregon. Mientras estuvimos fuera, la persona que cuidó la casa y a nuestros perros continuó leyendo nuestros medidores de gas y electricidad, y nosotros registramos el kilometraje de los automóviles que rentamos para ir de Portland a la costa del Pacífico. Sabía que este viaje no nos iba a ayudar en nuestra dieta de carbono. Pero ¿qué era más importante, después de todo, reducir las emisiones de CO2 o compartir una celebración familiar?

Esa es la cuestión. ¿Qué tan importantes son los esfuerzos personales para reducir emisiones? ¿Nuestras actividades se suman hasta convertirse en algo significativo o sólo lo hacemos para sentirnos mejor? Seguía sin estar seguro. En cuanto regresamos a casa en Virginia, empecé a hacer más cálculos.

Me enteré de que Estados Unidos produce una quinta parte de las emisiones de CO2 del planeta: unos 6 000 millones de toneladas al año. Esta cifra podría aumentar a 7 000 millones en 2030, a la par del crecimiento demográfico y económico. La mayor parte de este CO2 proviene de la energía consumida por edificios, vehículos e industrias. ¿Cuánto CO2 se podría evitar, empecé a preguntarme, si todo el país se pusiera a dieta de carbono?

Los edificios, no los autos, son los mayores productores de CO2 en Estados Unidos. Las casas, los centros comerciales, las bodegas y las oficinas representan 38 % de las emisiones de la nación, principalmente por el uso de electricidad. No ayuda que la nueva casa promedio en el país es 45 % más grande que lo que era hace 30 años.

Compañías como Wal-Mart, que mantienen miles de sus propios edificios, han descubierto que pueden alcanzar importantes ahorros energéticos. Un Supercentro piloto en Las Vegas consume hasta 45 % menos energía que tiendas similares, en parte por el uso de unidades de enfriamiento por evaporación, pisos radiantes, refrigeración de alta eficiencia y luz natural en las áreas de compras. La modernización y el diseño inteligente también podrían reducir las emisiones de los edificios de este país en 200 millones de toneladas de CO2 al año, de acuerdo con investigadores del Laboratorio Nacional de Oak Ridge. Pero los estadounidenses no alcanzarían estas metas, dicen, sin nuevos códigos para la construcción, estándares para los electrodgetting married on halloween and to be another corpse coupleomésticos e incentivos financieros. Hay demasiadas razones para no hacerlo.

Los dueños de los edificios comerciales, por ejemplo, han tenido pocos incentivos para pagar más por las mejoras, como las ventanas de alta eficiencia, iluminación, calefacción o sistemas de enfriamiento, ya que los inquilinos son quienes pagan las cuentas de energía, no ellos, dijo Harvey Sachs, del American Council for an Energy-Efficient Economy. Para los dueños de casas, la eficiencia es menos importante cuando hay poco dinero. En una encuesta realizada en 2007, 60 % de los estadounidenses dijo que no tenía suficientes ahorros para pagar renovaciones relacionadas con la energía. Si se les diera un bono adicional de 10 000 dólares para que lo hicieran, sólo 24 % de los encuestados lo invertiría en la eficiencia. ¿Qué quería el resto? Cocinas con acabados de granito.

Después de los edificios, el transporte es la mayor fuente de CO2 al producir 34 % de las emisiones de la nación. Los fabricantes de automóviles han recibido instrucciones del congreso para elevar en 40 % los estándares de gasto de combustible para 2020. Pero las emisiones seguirán creciendo, ya que aumenta la cantidad de kilómetros que se conducen en este país. Una de las razones principales: los desarrolladores inmobiliarios siguen construyendo lejos de las ciudades y hacen inevitable que las familias pasen horas en sus autos. Un estudio de la EPA estimó que las emisiones de gas invernadero de vehículos podrían aumentar 80 % en los siguientes 50 años. Sólo se lograrían disminuir las emisiones si fuese más sencillo para los estadounidenses optar por el autobús, el metro y la bicicleta en vez del auto, dicen los expertos.

El sector industrial representa la tercera mayor fuente de CO2. Las refinerías, las plantas de papel y otras fábricas emiten 28 % del total de la nación. Se podría pensar que estas empresas habrían eliminado las ineficiencias hace mucho, pero no siempre es el caso. Para las compañías que compiten en los mercados globales la prioridad es hacer el mejor producto al mejor precio. La reducción de gases de efecto invernadero es menos urgente. Algunas ni siquiera tienen registro de sus emisiones de CO2.

Varias corporaciones, como Dow, DuPont y 3M, han mostrado cuán lucrativa es la eficiencia. Desde 1995, Dow ha ahorrado 7 000 millones de dólares al reducir la intensidad de su energía –la cantidad de energía consumida por kilogramos de producto– y durante las últimas décadas ha recortado 20 % de sus emisiones de CO2. Para mostrar a otras compañías cómo hacerlo, el Departamento de Energía (DOE) ha enviado equipos de expertos a unas 700 fábricas al año, para analizar el equipo y sus técnicas. Pero el cambio no es sencillo. Los administradores no están dispuestos a invertir en la eficiencia a menos que les represente una ganancia importante en un plazo corto. Incluso cuando los consejos de los expertos no implican costos, como “apagar los ventiladores de las habitaciones que no están ocupadas”, menos de la mitad de estas soluciones se realizan. Una razón es la inercia. “Muchos cambios no ocurren hasta que el jefe de mantenimiento, que sabe cómo mantener el viejo equipo funcionando, se muere o se retira”, dice Peggy Podolak, analista de energía industrial de DOE.

Pero el cambio llegará de cualquier manera. La mayoría de los líderes empresariales esperan una regulación de emisiones de CO2 del gobierno federal. En Nueva York y otros nueve estados del noreste de los Estados Unidos se ha acordado tener un sistema de topes similar al iniciado en Europa en 2005. Con este plan, lanzado el año pasado, las emisiones de las grandes plantas energéticas se reducirán a lo largo del tiempo, conforme cada planta baje sus emisiones o compre créditos de otras compañías y reduzca las suyas. Un esquema similar se ha lanzado en California y otros seis estados del oeste de Estados Unidos, así como en cuatro provincias de Canadá.

¿Y qué reflejan todas estas cifras? ¿Cuánto CO2 se podría ahorrar si toda la nación estuviera en una dieta baja de carbono? Un estudio de McKinsey & Company, empresa de consultoría en administración, calculó que Estados Unidos podría evitar la emisión de 1 300 millones de toneladas de CO2 al año utilizando las tecnologías existentes, que se pagarían a sí mismas con los gastos ahorrados. En lugar de crecer en más de 1 000 millones de toneladas para 2020, las emisiones anuales del país disminuirían unos 200 millones de toneladas al año. En otras palabras, si quisiéramos hacerlo, ya sabemos cómo detener las emisiones de CO2.


Para la última semana de julio, PJ y yo finalmente nos ajustábamos al estilo de vida de bajo carbón. Caminábamos a la piscina de la zona en lugar de manejar, los sábados por la mañana íbamos en bicicleta al mercado local y nos quedábamos en la terraza hasta el anochecer, platicando con el canto de los grillos como fondo. Si era posible, trabajaba en casa, y tomaba el autobús y el metro cuando debía ir a la oficina. Incluso cuando el clima estaba húmedo y caliente, como suele serlo en Virginia en julio, nunca estuvimos realmente incómodos, gracias en parte al ventilador que instalamos en nuestra recámara a finales de junio.

“Ese ventilador es mi nuevo mejor amigo”, dijo PJ.

Las cifras se veían bastante bien cuando cruzamos la meta el primero de agosto. Comparado con julio anterior, redujimos el uso de electricidad en 70 %; del gas natural, en 40 %, y condujimos nuestro auto la mitad del promedio nacional.

Estos resultados son alentadores, pensé, hasta que incluí las emisiones de nuestro viaje a Oregon. No esperaba que un avión moderno lleno de pasajeros emitiera tanto CO2 por persona como lo que hubiéramos producido PJ y yo viajando hasta Oregon en auto. El viaje redondo agregó el equivalente a 1 135 kilogramos de CO2 a nuestro total, más del doble de nuestro promedio diario: de 32 kilogramos de CO2 a 68; cinco veces nuestra meta. Demasiado para un viaje en avión.

En comparación, los Bauer tuvieron mejores resultados, aunque también se enfrentaron a algunos retos. Como su casa es toda eléctrica, Kyoko Bauer había tratado de reducir el uso de su secadora de ropa colgando la ropa afuera, como hacían ella y John cuando vivían en el árido oeste de Australia. Pero con sus niños de tres años, Etienne y Ajanta, llenaban la lavadora unas 14 veces a la semana y la ropa tardaba todo el día en secarse en el aire húmedo de Virginia. “No fue tan conveniente como pensaba –dijo–. Tuve que regresar corriendo un par de veces porque había empezado a llover”. Finalmente su gasto fue de 44.2 kilogramos de CO2 al día.

Para los Freedman, el uso del automóvil resultó ser el mayor problema. Tienen cuatro coches y todos los miembros de la familia asisten a alguna actividad cada día –incluso Ben y Courtney–, por lo que sumaron 7 300 kilómetros al mes. “No sé cómo podríamos haber manejado menos –dijo Susan–. Todos íbamos en direcciones diferentes y no había otra forma de llegar”. Su resultado final: 112.5 kilogramos de CO2 al día.

Cuando recibimos nuestra cuenta de energía eléctrica de julio, PJ y yo vimos que nuestros esfuerzos nos habían ahorrado 190 dólares. Decidimos utilizar una parte de este dinero para compensar las emisiones del vuelo en avión. Tras un poco de investigación, decidimos aportar 50 dólares a Native Energy, una de las muchas compañías sin fines de lucro que compensan nuestras emisiones de CO2 mediante la inversión en granjas eólicas, plantas solares y otros proyectos de energía renovable. Nuestra aportación fue suficiente para contrarrestar una tonelada de emisiones de jet, un poco más de lo que habíamos sumado con nuestro viaje.

Podemos hacer más, claro.

“Si reúnes suficientes personas para hacer cosas en varias comunidades, se puede tener un gran impacto”, dijo David Gershon, autor de Low Carbon Diet: A 30-Day Program to Lose 5 000 Pounds. “Cuando la gente tiene éxito, piensa: quiero hacer más. Voy a buscar que haya mejor transporte público, carriles especiales para bicicletas, lo que sea”.


¿habrá una diferencia? Esto es lo que realmente queríamos saber. Nuestra dieta de carbono nos había mostrado que con poco esfuerzo y escasa inversión podíamos recortar nuestras emisiones diarias de CO2 a la mitad. Principalmente desperdiciando menos energía en casa y en la carretera. Esfuerzos similares en edificios de oficinas, centros comerciales y fábricas a lo largo del país, combinados con incentivos y estándares de eficiencia, podrían detener los aumentos en las emisiones de EUA.

Aunque no será suficiente. El mundo aún sufrirá severos trastornos a menos que la humanidad reduzca las emisiones de forma drástica, y han aumentado 30 % desde 1990. Se prevé que 80 % de la nueva demanda energética en la siguiente década provendrá de China, India y otras naciones en desarrollo. China está construyendo el equivalente a dos plantas de carbón de tamaño mediano a la semana, y para 2007 sus emisiones de CO2 sobrepasaban las de Estados Unidos. Frenar las emisiones globales será más difícil que detener las de EUA, porque las economías de las naciones en desarrollo crecen más rápido. Pero empieza de la misma manera: enfocándose en un mejor aislamiento en casas, iluminación más eficiente en oficinas, mejor rendimiento de gasolinas en automóviles y procesos más inteligentes en industrias. Existe potencial, como McKinsey informó el año pasado, para reducir el crecimiento de las emisiones globales a la mitad.

La eficiencia, no obstante, sólo puede llevarnos hasta cierto punto. Para alcanzar mayores reducciones, como sugiere Tim Flannery –80 % para 2050 (o incluso 100 %, como propone ahora)–, debemos remplazar más rápido los combustibles fósiles con energía renovable de las granjas eólicas, plantas solares, instalaciones geotérmicas y biocombustibles. Debemos frenar la deforestación, una de las fuentes adicionales de producción de gases de efecto invernadero. Y debemos desarrollar tecnologías para capturar y enterrar el dióxido de carbono de las plantas de energía existentes. La eficiencia nos puede tomar algo de tiempo, quizás unas dos décadas, para encontrar una manera de remover el carbón de la dieta del mundo.

El resto del mundo no está esperando a que Estados Unidos les muestre el camino. Suecia es pionera en las casas de cero carbono, Alemania en energía solar accesible, Japón en los automóviles de uso eficiente de combustible y los Países Bajos tienen ciudades prósperas llenas de bicicletas. ¿Los estadounidenses tienen la voluntad de unirse a estos esfuerzos?

Quizás, dice R. James Woolsey, ex director de la CIA, quien cree que se está formando una alianza poderosa, aunque parezca inverosímil, en torno a la eficiencia energética. “Algunas personas están a favor de esto porque quieren ganar dinero, otras porque les preocupa el terrorismo o el calentamiento global, y unas más porque creen que es su deber religioso –dijo–. Pero todo está llegando al mismo punto y los políticos empiezan a darse cuenta. Lo llamo una coalición entre los ecologistas, ascéticos, granjeros, conservadores frugales, evangélicos, accionistas de las empresas de servicios, familias con automóvil y Willie Nelson”.

Este movimiento empieza en casa con el cambio de una bombilla, la apertura de una ventana, una caminata a la parada the tradition of wearing costumes on halloweendel autobús o un viaje en bicicleta a la oficina de correos. PJ y yo lo hicimos sólo un mes, pero puedo ver cómo la dieta de carbono podría convertirse en un hábito.

“¿Qué podemos perder?”, preguntó PJ.

A dieta en tierra caliente [Artículos]



México eólico No es un lugar en los Países Bajos, sino en Juchitán, en el estado mexicano de Oaxaca. La Central de La Venta fue la primera planta eólica integrada a la red en América Latina. México es un país con gran potencial eólico, sobre todo en el Istmo de Tehuantepec, la Península de Yucatán, Baja California y el Golfo de México.

Foto de Bernardo Amador/Comisión Federal de Electricidad


Mi huella ecológica tendría que ser modesta. Vivo en un departamento en la Ciudad de México, utilizo mi automóvil franconipón casi exclusivamente para ir de la casa a la oficina y mis electrodomésticos son escasos: computadora y periféricos, un pequeño refrigerador (suelo comer fuera), un calefactor eléctrico que sólo uso en los días de frío intenso, los aparatos indispensables para oír música y ese tanque que muchos mexicanos por alguna extraña razón denominamos bóiler. Seguir una dieta baja en bióxido de carbono resultaría una tarea sencilla y mi aporte tendría que estar muy por debajo del promedio nacional (3.64 toneladas per cápita).


No obstante, el algoritmo de una calculadora mexicana de carbono contradijo mi optimismo. Tras evaluar mis kilómetros recorridos al año -en automóvil, avión, transporte público y autobuses-, potenciándolos con los kilos de gas licuado de petróleo y los kilowatts consumidos al bimestre, la máquina arrojó un grosero guarismo de 10.7 toneladas métricas de CO2 que mi existencia en la Tierra le apoquina anualmente a la atmósfera (por si fuera poco, la calculadora señalaba que, para “compensar” mis exhalaciones, tendría que plantar cuanto antes un mínimo de 31 árboles).


Decidí entonces seguir una dieta baja en bióxido de carbono en la medida que mis recursos lo permitieran. Revisaba mis recibos de luz para ver dónde empezaría a hacer recortes y me di cuenta de que un calentador eléctrico como el mío puede disparar la cuenta de luz hasta en 4 000 %, aun utilizado sólo en los días de frío intenso. Dado que era casi de madrugada cuando tomé esa resolución, y para mis estándares estaba helando, recurrí a una rebanada de plástico burbuja que curiosamente estaba disponible y que adherí a la ventana con un leve rocío de agua y unas tachuelas, tal como me sugirió una buena amiga, cuya fuente a su vez era una página estadounidense ecológica a ultranza. Unas horas después me levanté de golpe: como monstruo en ebullición, el plástico se inflaba con las oleadas de aire helado que entraba por las rendijas invisibles de mi ventana. No era necesario ningún escáner infrarrojo para analizar los defectos en el aislamiento de mi departamento. Para efectos prácticos, era lo mismo dormir dentro de mi casa que a la intemperie (de hecho, constaté con un termómetro, la temperatura del exterior era ligeramente superior).


A la hora de la repartición de culpas, México pareciera estar absuelto en su calidad de vecino del segundo país más contaminante del mundo (China ha sobrepasado recientemente a Estados Unidos en este negro ámbito). Sin embargo, en el concierto de las naciones latinoamericanas, México ocupaba en 2006 el primer lugar en emisiones de bióxido de carbono equivalentes derivadas por el uso y quema de combustibles fósiles, con 435 millones de toneladas anualesthe tradition of wearing costumes on halloween (seguido de cerca por Brasil, con 377; Argentina, con 162, y Venezuela, con 152). Estas son las últimas estimaciones del Departamento de Energía de Estados Unidos, según las cuales México se coloca como el décimo tercer país que más gases de efecto invernadero añade a la atmósfera del mundo.


No parece entonces coincidencia que durante la reciente Conferencia de Cambio Climático que se llevó a cabo en Poznan, Polonia, el gobierno mexicano haya hecho el compromiso de reducir las emisiones de CO2 en 50 % para 2050. Pero “más que un compromiso formal, es uget your pets dressed up on halloweenn ofrecimiento a la comunidad mundial -aclara el secretario del Medio Ambiente, Rafael Elvira, durante una entrevista en sus oficinas al sur de la ciudad-. Para esto partimos de tres premisas: la participación de todos los países, las nuevas tecnologías y el financiamiento internacional. Con estas condiciones podríamos terminar de sustituir el combustóleo por el gas natural, mejorar la industria petroquímica, la generación de energía, el transporte y todos los rubros que contempla la Estrategia Nacional de Cambio Climático”.


Claro que México no es el único país latinoamericano con buenas intenciones. Chile ha establecido ya el Plan de Acción Nacional contra el Cambio Climático; Brasil, cuyas emisiones provienen en 75% de la destrucción de la selva amazónica, tiene planes para reducir drásticamente sus aportación de CO2 para 2017. Y Óscar Arias declaró que, para 2021 -en el aniversario 200 de su fundación- Costa Rica será el primer país “carbono neutral”, del mundo.


Entre otras iniciativas de inspiración netamente bolivariana.


La realidad es que, a pesar de -o quizás debido a- una red inaudita de instituciones (fide, conavi, anes, cespedes, comegei, fapracc, aeaee), programas (proders, poegt, piasre) y fondos (fipaterm, fomecar, fifonafe), el gobierno mexicano está logrando implementar varios programas para intentar reducir las emisiones de gases de efecto invernadero: sustitución de focos incandescentes (está a punto de anunciarse un programa nacional “sin precedentes”), “hipotecas verdes” (incentivos crediticios para adquirir viviendas ecológicas, con calentadores solares de agua), modernización de refrigeradores y equipos de aire acondicionado (en regiones de clima extremo), fomento al uso doméstico de la energía solar (mediante el procasol) y por supuesto ambiciosísimas iniciativas nacionales para el uso de las fuentes renovables de energía (pivotadas por la lafre, Ley para el Aprovechamiento de las Fuentes Renovables de Energía).


¿Medidas suficientes a largo plazo? No mucho, según el doctor Roberto Escalante Semereña, especialista en instrumentos económicos para la política y la gestión ambiental y director de la Facultad de Economía de la unam: “el comportamiento de los consumidores de combustibles fósiles no ha sido debidamente orientado por la política energética; la existencia de subsidios (gasolina, electricidad) desalienta la racionalización del consumo al no hacer evidentes los costos reales. Y en el panorama actual no se vislumbran cambios en la orientación de running through corn mazes lost and scared on halloweenla política energética para disminuir la dependencia -económica y energética- del petróleo”.


“Hasta donde sé, lo único que puedes hacer con el plástico burbuja es evitar las ráfagas de viento, pero no aislar tus ventanas”, dice María Elena Sierra, secretaria ejecutiva de la Comisión Nacional para el Uso Eficiente de la Energía (ahora conuee, antes conae). Después de hacer cuentas, la alternativa de insular toda mi casa profesionalmente -con poliestireno expandido- se expresaba en miles de dólares (sin posibilidad de alcanzar subsidio, dado que no vivo en una región de clima extremo y por lo tanto no alcanzo los beneficios del fipaterm). Pero, tras cambiar la ventana por una de vidrio doble, y hacer ciertas modificaciones en la puerta de mi habitación, el uso del calefactor se redujo a apenas dos días en el último mes. Con todo y mi buen comportamiento, soy curiosamente indiciado como personaje “de alto consumo”, lo cual me obliga a reestructurar mes con mes mi deuda ante las siniestras autoridades de Luz y Fuerza del Centro (que no es lo mismo que cfe, nótese).


Dado que, según reportes preliminares del Instituto Nacional de Ecología, el sector residencial en México contribuye con la nada despreciable cantidad de 21.7 millones de toneladas de CO2 al año, reducir al mínimo posible los consumos de luz en casa es en principio buena idea. Sostuve varias reuniones con funcionarios de la conuee, de quienes recibí decenas de folletos, instrucciones y consejos: aprendí, por ejemplo, que en las casas mexicanas promedio, sin aire acondicionado, el electrodoméstico que más energía consume es el refrigerador (con 29 %, contra 13 % de la televisión y apenas 5 % de la lavadora). Cuando decidí clausurar para siempre mi solitario minibar, este contenía apenas un yogur para beber y una barra de mantequilla.


El consumo de electricidad para iluminación puede reducirse hasta 80 % si se sustituyen las bombillas incandescentes por lámparas ahorradoras. Desde hace tiempo había reemplazado casi todos los focos de mi casa (con excepción de los “exóticos”, que aún no existen en nuestro mercado) y había hecho lo mismo con los de las partes exteriores de mi edificio, pero la atmósfera de esa luz fría de politburó hacía que algún tramposo volviera a colocar sus foquitos incandescentes, lo cual solucioné con un par de reuniones informativas con mis vecinos, a la mayoría de los cuales no conocía.


“Tratamos también de fomentar que la gente compre calentadores de agua de paso, o bien de rápida recuperación, en vez de tener esos que se la pasan calentando agua todo el día”, me dijo Sierra, funcionaria de 31 años, egresada de la Universidad de Sheffield. Asentí convencido ante su observación, terminé mi café con cierta templanza y, al regresar a mi casa -a las tres de la tarde-, lo primero que oí fue el ruido del hirviente bóiler.


Mi casero accedió a colaborar con la mitad de los gastos y con la instalación, no sin antes envolverme en una filípica sobre el heroísmo de ese calentador que tantos años había durado. Giré la perilla a tibio y después me dediqué a desconectar todos los aparatos vampiros. Armado con un enorme legajo de documentos, folletos y estrategias nacionales, tomé una calculadora científica que no usaba en años, me dediqué a hacer proyecciones e ingresé de nuevo al contador de emisiones.


Nada espectacular: apenas una reducción de 0.9 toneladas de CO2 al año.


Ya sea por los complejos señalados en su momento por Freud o bien por puro adoctrinamiento mercadológico, a la hora de elegir automóvil uno suele preferir (en caso de contar con los medios) uno enorme, de muchos cilindros y gran potencia (a pesar de que estos vehículos aprovechan apenas 2 % de la energía contenida en un litro de gasolina). Y el mercado está listo para proporcionarlos. La ansiedad por el estatus suele hacer estragos, sobre todo tomando en cuenta los datos preliminares del Instituto Nacional de Ecología, según los cuales el sector transporte es el que más contribuye a las emisiones de bióxido de carbono en México, con una proporción de 34 % (147.56 millones de toneladas en 2006).


Hay que aclarar inmediatamente que no se trata de un problema de coches de lujo en un país cuya flota vehicular supera 26 millones de unidades con una antigüedad promedio de 16 años, incluidos unos 8 millones de camiones de carga y autobuses a diésel, muchos de los cuales tendrían que haber sido “chatarrizados” años atrás, además de unas 900 000 motocicletas y la sorprendente cantidad de 1295 automóviles híbridos que se han vendido hasta ahora en México.


Rodolfo Lacy es coordinador de Programas y Proyectos del Centro Mario Molina para Estudios Estratégicos sobre Energía y Medio Ambiente A. C. Con una cordialidad notable para alguien que trabaja en el equipo del Premio Nobel de Química, Mario Molina -ahora asesor del nuevo presidente de Estados Unidos-, el maestro Lacy me explica con toda paciencia un documento llamado “Veinte en quince”.


“Esta es una propuesta al gobierno federal y la industria automotriz para que los fabricantes de autos en nuestro país introduzcan cada vez más modelos diseñados para ser eficientes energéticamente, basada en tecnología que ya está disponible comercialmente en México. Se trata de vehículos más ligeros, con motores más evolucionados electrónica y mecánicamente, más aerodinámicos y con menores fugas de energía”.


La propuesta pretende que para el año 2015 el rendimiento ponderado de la flota vehicular nueva en México sea de 20 kilómetros por litro, con una emisión máxima de 130 gramos de CO2 por kilómetro, con lo cual se ahorrarían 74 000 barriles diarios de petróleo. En principio, esta propuesta ya ha sido incluida dentro del Programa Especial de Cambio Climático en México.


“Elaborar una norma de eficiencia vehicular toma muchos años -dice Rafael Elvira-. Pero estamos dándole velocidad para que en tres o cuatro tengamos una ley que obligue a reducir la producción de autos de gran desplazamiento de aire y gran consumo de combustible, y sustituirlos por automóviles más eficientes”.


“Es importante avanzar en medidas más estrictas -dice Roberto Escalante-, como generar un cambio en la relación entre precios de la gasolina y de automóviles, a fin de que estos reflejen el costo real de utilizar el automóvil, lo cual debe ser, desde luego, una política de largo plazo”.


Todo esto implicará, evidentemente, grandes dolores de cabeza ante la (todavía) poderosa industria automotriz mexicana, cuyas exportaciones se dirigen principalmente a Estados Unidos y Canadá. Quizás no menos dolores que otras propuestas contempladas en la Estrategia Nacional de Cambio Climático, como la de incluir 10 % de etanol en las gasolinas para 2012 (para lo cual habría que duplicar las hectáreas sembradas de cañaverales de 600 000 a 1.2 millones), alcanzar un 5 % de contenido de biodiésel en las gasolinas de Pemex en los próximos ocho años (lo que requeriría cultivar 346 308 hectáreas de palma africana). O bien retomar con nuevos bríos una grandiosa tecnología del siglo XIX denominada tren.


Mientras todas esas leyes toman forma, si es que eso sucede (y si hay quien pueda hacer que se cumplan) estoy contemplando seriamente la posibilidad de instalar un calentador solar. Las empresas que he visitado me ofrecen un precio promedio de 12 000 pesos y la posibilidad de no volver a comprar gas en 15 años (aprovechando el hecho de que México es uno de los países más soleados del mundo).


Después de todas las modificaciones caseras, la única opción para reducir mis emisiones en más de 80 % era cancelar todos los viajes en avión planeados para el año, con lo cual me quedaba con un razonable puntaje de 1.97. Esto porque, a menos que alguien escuche mi propuesta de construir un metrocable como el de Medellín, Colombia, de Santa Fe al centro de la Ciudad de México, la opción de llegar en transporte público a mi trabajo es inhumana. Decidí cancelar uno de ellos y quedarme con un puntaje de cinco en la calculadora de carbono, para ajustarme a los objetivos nacionales desde ahora. Dado que el cambio climático es el reto número uno que enfrenta la humanidad, prefiero seguir al pie de la letra la famosa frase del psicólogo estadounidense Albert Ellis: “El mejor momento para hacer algo importante es inmediatamente”.

Academic Freedom "at Risk?"

An article in today’s Inside Higher Education, “Speech Restriction Draw Fire,” details a plan at Northeastern Illinois University to require protesters to submit copies of fliers and signs to administrators two weeks before they can be displayed on campus (http://www.insidehighered.com/news/2008/12/23/speech). Back in September we learned that the University of Illinois has sent an email to all employees (including faculty) that forbade displaying bumper stickers or political buttons on campus unless they were non-partisan (http://www.insidehighered.com/news/2008/09/24/buttons). A few weeks later the University of Austin was forced to rescind an order that no posters be displayed in students’ dorm windows, including campaign posters, after both Obama and McCain supporters with the help of the ACLU challenged the rule. All of this comes on the heels of David Horowitz’s continuing top amazing halloween dog costumes in 2008Academic Bill of Rights campaign to protect students from “liberal” and “radical” professors who are attacking our students with their sinister ideas.

These are just a few recent examples of attempts to undermine the academic freedom that we have fought so hard for over the years. We could add the various tenure decisions that have been questioned, the professors who have been reprimanded or fired for having unpopular or controversial ideas, the famous UCLA Dirty Thirty list, and countless other examples of schools that have fallen prey to the right-wing plan to clean our schools of “subversive,” read divergent or counterhegemonic, ideas.

When did ideas become so dangerous? This has certainly always been the case to those in power. From our earliest days, the control of information stands at the forefront of the war to control what we see, hear and think. As a World Bank draft report (2003) argued, “unions, especially teachers union, are one of the greatest threats to global prosperity.” This is the new conventional wisdom – teachers and, of course, teachers unions, undermine the central tenants of neoliberalism by getting people to, gulp, think about the world order and its logic and fairness. The progenitors of official knowledge want to delimit the available voices in the public sphere and continuously attack the last bastion of free thought and serious inquiry.

Faculty have generally challenged this call for censorship, as well as the false call for objectivity and neutrality. The minor successes of David Horowitz’s Academic Bill of Rights, however, show the ways in which colleges and universities have increasingly embraced the idea that knowledge is implicitly dangerous and that we must protect students from radical teachers and their attempts to proselytize students. The situation in k-12 public schools is of course more tenuous, as calls for neutrality and politics-free curriculum seem to increasingly be the ruleget your pets dressed up on halloween. From NCLB, Adoption Plans and scripted curriculum to positivism’s stronghold on educational research, we move closer and closer to the notion that education and knowledge are purely instrumental – a means toward the end of training, profits and a compliant, complacent workforce.

An interesting recent article from the New York Times, however, suggests that the power of professors to change their students’ minds is quite limited: http://www.nytimes.com/2008/11/03/books/03infl.html?_r=1&ei=5070&emc=eta1&pagewanted=print. The article cites three recent studies that find that professors have virtually no influence on the political ideas of their students. Parents, family and, to a lesser extent friends, are the major influence on politics ideas – particularly among the young. While schools once caused many students to rethink their ideas, this appears to be the case less and less (while many of my own student’s claim I awaken them to new ideas, and some do seem to really question their preconceived notions, few actually seem to change their general views on race, class, power, language, etc.) Why? I would argue that it has a lot to do with the stifling of real debate, the positivistic meme that has overtaken American scholarship and the popular idea that knowledge can even be neutral or apolitical.

Decades of challenges to this idea from history, anthropology, linguistics and political and social theory in general have appeared to go largely unheeded (at least outside the Ivory Tower). In my view, people tend to relate knowledge to their own experiences and the ideas that surround them throughout civil society. Schools are one of the few places where these questions are asked in a serious, critical manner (directive learning). And yet these spaces have been attacked so effectively in recent years that one wonders if the closing of the American mind is in fact inuring.

I believe our first responsibility as teachers, professors and educators at all levels is to open our student’s minds to the richness of knowledge and ideas. We must challenge our students to question not only conventional wisdom but their own deeply held beliefs – no matter where they fall on the political spectrum. This does not mean proselytizing them or makingthe tradition of wearing costumes on halloween them think like us, it means giving them the tools to critically reflect on their own experiences and their relationship to the broader social, economic and political worlds in which they reside. If schools fail to provide this most basic aspect of learning, they do a disservice not only to students but society at large. As Dewey, Jefferson and Freire among countless others have argued, democracy depends on an educated, informed populace, with the freedom to explore divergent perspectives. I think we as professors should take this as a central charge and attack all efforts to undermine our freedom to explore knowledge in all its richness and diversity. This includes attacking the popular notion that knowledge is implicitly dangerous and that we must protect students from it.

-- Richard Van Heertum

housing - Tenants rent protest (26.2.09)

Rents Updatop amazing halloween dog costumes in 2008te

Govt caves in over Council rents controversy! controversy [see below....]!

13.3.09 Haringey Defend Council Housing Update: On Friday lunchtime, the government halved homemade cow halloween costumes the rent increase for council tenants! The increases have been reduced from 6.1% to 3.1%, because tenants argued, grumbled and campaigned against these inflation-busting increases at a time when jobs are insecure, and money is tight. Some Councils (but not Haringey) objected to the increases too. On average, this will make a difference of £2.39 per week in Haringey.

We have issued leaflets, lobbied councillors, visited the sheltered housing schemes set for the biggest increases, and argued with officers. We have had excellent press coverage, but when we stood outside the Civic Centre with placards reading "Freeze Rents", really, we were the ones who were freezing. Well, thanks to everybody who helped - this announcement shows how right we were to campaign.

When we question the housing policy agenda, council tenants seem always to be led to believe that government policy is set in stone. Governments and councils tend to push tenants into fatalism and passivity, but now we have proved that what we say and do matters - because we are the paying customers. More than ever in the credit crunch, we need more and better council housing!

I do not think we should say "thank you" to the government for this decision - they should never have been pushing 6.1% rises in the first place, and they should bring back the 'caps' on service charges to protect us from excess increases.

Tenants protest at "disgraceful" rent rise

26th February 2009
Haringey Independent


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TROUBLED council tenants pleaded for councillors to do reconsider an “inflation busting” 6.1 per c10 halloween costumes in 2008ent rent and 50 plus per cent service charge increase from April.

While redundancies and pay freezes hit workers and pensioners find the return on their savings has dwindled, a Government decree has forced councils to raise rents so it can siphon off £294 million from council tax accounts next year to pay for other priorities, such as education or defence.

Disgruntled renters lobbied councillors arriving for Haringey Council’s full council meeting on Monday in a protest outside the Civic Centre, High Road, Wood Green.

Representing Homes for Haringey’s 16,000 tenants Paul Burnham, 54, of Partridge Way, Wood Green, said: “It’s absolutely disgraceful they’re increasing our rents by more than double inflation and it’s wrong the Government is telling them to do this.

“People shouldn’t have to stand the risk of being evicted.”

Mr Burnham calculates that with service charge increases factored in tenants, including the elderly, disabled and vulnerable are facing a real rise of 18 per cent in costs, a figure he calls “disgusting”.

The tenants say fuel bills for one person are equivalent to those of a three bedroom home, and they are not covered by housing benefit so they affect everyone.

Disabled pensioner, Safiuddin Quzi, 70, said he was already paying £120 a week for a one-bedroom flat in Bracknell Close, Wood Green and was worried about the increase.

“I am only just managing now with the state pension and one from London Electricity where I worked for 35 years. But I can’t see my relations or get about much, it’s just hand to mouth.

“Recently this gas and electricity bill is getting so much. I’m paying £220 a quarter and as a single person I don’t use that I’m sure.”

Speaking in the meeting, Mr Burnham said elderly tenants who take power from estate boilers were hit by rises of £16 a week on average and accused council officers of using service charges to get extra money which would not be taken by Government.

He urged councillors to go back to the Government and get a better deal for Haringey tenants.

Cllr Gideon Bull was among councillors who expressed concern saying it was the only area where he disagreed with the Labour Government.

Housing cabinet member, Cllr John Bevan said: “When we as a council heard it was going to be 6.1 per cent we were as concerned as you were. We did make representations to the Government. They decided they would not back down on this matter.”

He said the rapid rise in fuel bills was a result of there having been no rise since April 2007 when fuel was much cheaper and it “was not legally possible” for the council to charge more than the service charges cost.

But Liberal Democrat leader Cllr Robert Gorrie said the administration could help tenants by freezing council tax this year.





Statement from Defend Council Housing

When challenged on Haringey's latest rent rises at the full council meeting on 23 February, Cllr John Bevan, Executive Member for Housing, claimed that 'Haringey gains from the council housing subsidy system'.

However, this is not so. Independent research, commissioned by the government itself, has shown that housing management and maintenance allowances in this borough are £47.03million in the current year, whereas the amount actually needed is £69.82million. Perhaps this is why Haringey does not decorate the externals of the properties every five years, as its own tenancy agreements require. No wonder that it is so hard to get basic repairs done.

Inside Housing reported on 23/01/09 that nationally, the government will take 'surpluses' of £194m, £294m and £394m from council rent accounts in the three years 2008/11, and that the Treasury 'already has these funds earmarked' for education and defence.

The Council and the Almo, Homes for Haringey, are raising rents and tenant service charges as a lazy alternative to speaking out against this ongoing plunder from our rent accounts.

Instead of voting for excess rent increases, local Councillors should be joining with Haringey tenants, and with tenants, Councillors and MPs from other parts of Britain, to shout about it, to campaign and to lobby, until these misguided policies are changed.


Paul Burnham
Haringey Defend Council Housing

Tocando fondo: el auge del petróleo canadiense [Artículos]



Foto de Peter Essick


La explotación de las arenas bituminosas de Alberta, alguna vez considerada muy costosa y dañina para la tierra, es hoy una apuesta millonaria.


Un día de 1963, cuando Jim Boucher tenía siete años, trabajaba en las trampas de caza con su abuelo, a unos kilómetros al sur de la reserva de naciones originarias Fort McKay, en el río Athabasca del norte de Alberta. Es parte del bosque boreal que se extiende a lo largo de Canadá, cubriendo más de un tercio del país. En 1963, ese bosque seguía casi intacto. El gobierno aún no construía un camino de grava hacia Fort McKay; se llegaba en bote o en trineo durante el invierno. Los indios chipewyan y cree de la zona –Boucher es un chipewyan– estaban en su mayoría apartados del mundo exterior. Cazaban alce y bisonte para comer; pescaban lucioperca y pescado blanco en el Athabasca; recolectaban moras y arándanos. Para obtener ganancias, capturaban castores y visones. Fort McKay era un pequeño centro de comercio de pieles. No tenía gas, electricidad, teléfono ni agua corriente. No llegaron hasta los setenta y ochenta.


Sin embargo, según recuerda Boucher, el cambio comenzó ese día de 1963, en la larga ruta que su abuelo usaba para poner sus trampas, cerca de un lugar llamado Lago Mildred. Por generaciones, sus ancestros habían trabajado esa ruta. “Estos senderos han estado aquí por miles de años”, dijo Boucher un día en el verano pasado, sentado en su amplia y bonita oficina en Fort McKay. Su palo de golf recargado en una esquina; Mozart tocando suave en el estéreo. “Y ese día, de repente, salimos a un claro. Un enorme claro. Sin previo aviso. En los setenta llegaron y tiraron la cabaña de mi abuelo, sin avisos ni deliberaciones”. Ese fue el primer encuentro de Boucher con la industria petrolera que, a una veloc10 halloween costumes in 2008idad sorprendente, ha transformado por completo esta parte del noreste de Alberta en unos cuantos años. Ahora Boucher se encuentra rodeado por ella y él mismo está inmerso.


Donde alguna vez estuvieron la ruta de trampas, la cabaña y el bosque ahora hay una mina a cielo abierto. Aquí Syncrude, el productor de petróleo más grande de Canadá, saca arena bituminosa del suelo con palas eléctricas de cinco pisos de alto, luego separa el betún de la arena con agua caliente y a veces con sosa caústica. Junto a la mina, arden las hogueras de una unidad de procesamiento que quiebra el betún alquitranado y lo convierte en Syncrude Sweet Blend, crudo sintético que viaja por un oleoducto a las refinerías en Edmonton, Alberta; Ontario y Estados Unidos. El Lago Mildred, por su parte, se ha empequeñecido frente a su vecino, el Mildred Lake Settling Basin, lago de 10 kilómetros cuadrados de residuos tóxicos de la mina. El dique de arena que lo contiene es por volumen una de las presas más grandes del mundo.


Syncrude tampoco está solo. En un radio de 35 kilómetros a la redonda de la oficina de Boucher hay seis minas que producen casi tres cuartos de millón de barriles de petróleo crudo sintético al día; y hay más en el oleoducto. En donde las capas de betún están muy profundas para sacarse de un pozo abierto, la industria las derrite in situ con enormes cantidades de vapor, para que puedan ser bombeadas a la superficie. La industria ha gastado más de 50 000 millones en construcción durante la última década, entre los cuales alrededor de 20 000 millones se usaron en 2008. Antes del colapso de los precios del petróleo en el otoño pasado, se estimaban otros 100 000 millones en los años siguientes y duplicar la producción para el 2015. La mayoría de ese petróleo viajaría por los nuevos oleoductos hasta Estados Unidos. Muchos proyectos de expansión se suspendieron, pero los prospectos a largo plazo para las arenas no han disminuido. A mediados de noviembre, la Agencia Internacional de la Energía hizo público un reporte que estimaba unos 120 dólares por barril de petróleo para el 2030, un precio que justificaría el esfuerzo que implica sacarlo de las arenas.


En ningún lugar en la Tierra se está moviendo más la tierra que en el valle de Athabasca. Para extraer cada barril de petróleo de una mina a cielo abierto, la industria primero debe talar el bosque, luego retirar un promedio de dos toneladas de turba y tierra que yacen sobre la capa de las arenas y dos toneladas más de la propia arena. Debe calentar muchos barriles de agua para separar el betún de la arena y mejorarla, y después desechar agua contaminada en estanques de residuos como el que está cerca del Lago Mildred. Ahora cubren alrededor de 130 kilómetros cuadrados. El pasado abril, unos 500 patos migratorios confundieron uno de esos estanques, en una nueva mina de Syncrude al norte de Fort McKay, con una escala hospitalaria, por lo que aterrizaron en su aceitosa superficie y murieron. Rascar y cocinar un barril de crudo de las arenas bituminosas emite tres veces más dióxido de carbono que dejar que uno brote del suelo en Arabia Saudí. Las arenas de petróleo aún son una pequeña parte del problema mundial –son responsables de menos de un décimo de 1 % de las emisiones globales de CO2– pero para muchos ambientalistas son la punta del iceberg, el primer paso de un camino que podría llevar a fuentes de petróleo aún más sucias: producirlo a partir de esquisto o carbón. “Las arenas bituminosas representan un punto de decisión para Norteamérica y el mundo –dice Simon Dyer del Pembina Institute, grupo ambiental canadiense moderado y muy respetado–. ¿Vamos a tomar con seriedad la energía alternativa o tomaremos la ruta del petróleo no convencional? El hecho de que estemos dispuestos a mover cuatro toneladas de tierra por un solo barril es prueba de que realmente el mundo se está quedando sin petróleo fácil”.


Durante mucho tiempo esta nación originaria intentó luchar en contra de la industria petrolera, con poco éxito. Ahora, dijo Boucher, “estamos tratando de desarrollar la capacidad de la comunidad para tomar ventaja de esta oportunidad”. Boucher no sólo preside esta nación originaria, como jefe, también dirige el Fort McKay Group of Companies, negocio propiedad de la comunidad que provee servicios a la industria de las arenas bituminosas y que obtuvo 85 millones en 2007. El desempleo es menor a 5 % en el pueblo y este tiene una clínica, un centro para la juventud y 100 casas nuevas de tres recámaras que la comunidad le renta a sus miembros por un costo mucho menor al precio del mercado. La First Nation incluso está considerando abrir su propia mina: posee 3 300 hectáreas de arenas bituminosas de primera calidad a lo largo del río, justo al lado de la mina de Syncrude donde murieron los patos.


Mientras Boucher me decía todo esto, seleccionaba trozos de carne de un pescado blanco ahumado sobre su mesa de conferencias, junto a un conjunto de ventanas que ofrecían una vista panorámica del río. Un empleado le había entregado el pescado en una bolsa de plástico, pero Boucher no sabía de dónde venía. “Te puedo decir una cosa –dijo–. No viene del Athabasca”.


Sin el río, no habría industria petrolera. Es el río el que por decenas de millones de años ha erosionado miles de millones de metros cúbicos del sedimento que alguna vez cubrió el betún, poniéndolo así al alcance de las palas –y en algunos lugares hasta la superficie–. En un día cálido de verano, junto al Athabasca, cerca de Fort McKay por ejemplo, el betún rezuma del banco del río arrojando un brillo aceitoso sobre el agua. Viejos comerciantes de pieles reportaron haberlo visto y haber observado cómo los nativos lo usan para impermeabilizar sus canoas.

A temperatura ambiente, el betún es como melaza, y debajo de los 10° C o algo así es tan duro como un disco de hockey, como invariablemente dicen los canadienses. Pero hubo un tiempo en que era crudo ligero, el mismo líquido que las compañías petroleras han estado sacando de los pozos profundos del sur de Alberta por casi un siglo. Según creen los geólogos, hace decenas de millones de años un enorme volumen de ese petróleo fue arrastrado hacia el noreste, quizás cerca de las faldas de las Montañas Rocallosas. En el proceso, también migró hacia el norte, junto a las capas de sedimento inclinadas, hasta que eventualmente alcanzó profundidades superficiales lo bastante frías como para que prosperaran bacterias. Esas bacterias degradaron el petróleo en betún.


El gobierno de Alberta calcula que los tres principales depósitos de arena bituminosa de la provincia, de los cuales el mayor es el de Athabasca, contienen hoy en día 173 000 millones de barriles de petróleo económicamente recuperables. “Eso, en la escena mundial, es gigantesco”, dice Rick George, director ejecutivo de Suncor, que abrió la primera mina en el río Athabasca en 1967. En 2003, cuando el Oil & Gas Journal añadió las arenas bituminosas de Alberta a su lista de reservas comprobadas, Canadá alcanzó de inmediato el segundo lugar, después de Arabia Saudita, entre las naciones productoras de petróleo.


Extraer petróleo de las arenas es sencillo, pero no fácil. Las palas eléctricas gigantes que rigen las minas tienen dientes de acero endurecido que pesan una tonelada cada uno, y conforme se clavan en la abrasiva arena negra las 24 horas del día, los siete días de la semana, 365 días al año, se erosionan cada uno o dos días; un soldador hace las veces de dentista de los dinosaurios y les pone nuevas coronas. Los camiones de volteo que rugen alrededor de la mina, arrastrando cargas de 400 toneladas de las palas a un triturador de roca, queman 190 litros de diesel por hora; hace falta un montacargas para cambiarles las llantas, que se acaban en seis meses. Y cada día en el valle de Athabasca emergen más de un millón de toneladas de arena de las quebradoras y son mezcladas con más de 200 000 toneladas de agua que debe calentarse, por lo general a 80° C, para separar el pegajoso betún. En las unidades de procesamiento, el betún se calienta de nuevo, a cerca de 480° C, y se comprime a más de 100 atmósferas, lo necesario para romper las complejas moléculas y sustraer el carbono o añadir de nuevo el hidrógeno que las bacterias removieron hace eras. Eso es lo que toma hacer los ligeros hidrocarbonos que necesitamos para llenar nuestros tanques de gas: una cantidad de energía impresionante. La extracción in situ, única manera de obtener más o menos 80 % de esos 173 000 millones de barriles, puede utilizar hasta más del doble de la energía que la minería, debido a que requiere demasiado vapor.


La mayoría de la energía para calentar agua o fabricar vapor proviene de la quema de gas natural, que también proporciona el hidrógeno para el mejoramiento. Precisamente porque se trata de hidrógeno rico, y en su mayoría libre de impurezas, el gas natural es el combustible fósil más limpio, el que arroja menores cantidades de carbono y otros contaminantes en la atmósfera. Por eso los críticos dicen que la industria de las arenas bituminosas desperdicia el combustible más limpio para fabricar el más sucio: que trans-forma el oro en plomo. El argumento tiene sentido en términos ambientales, pero no en los económicochoose halloween mask to make the perfect halloween costumes, dice David Keith, un físico experto en energía de la Universidad de Calgary. Cada barril de crudo sintético contiene alrededor de cinco veces más energía que el gas natural que se utiliza para hacerlo, y en una forma líquida mucho más valiosa. “En términos económicos es un éxito –dice Keith–. Toda esta cosa de transformar el oro en plomo es lo opuhomemade cow halloween costumesesto. El oro en nuestra sociedad son los combustibles líquidos para transporte”.


La mayoría de las emisiones de carbono de esos combustibles provienen de los tubos de es-cape de los autos que los queman; basados en el ciclo completo del combustible, las arenas bituminosas son sólo de 15 a 40 % más sucias que el petróleo convencional. Pero la pesada huella del carbono sigue siendo una desventaja ambiental –y de relaciones públicas–. En junio pasado, el primer ministro de Alberta, Ed Stelmach, anunció un plan para lidiar con las emisiones extra. La provincia, dijo, gastará más de 1 500 millones en el desarrollo de la tecnología para captar el dióxido de carbono y almacenarlo bajo tierra –una estrategia que por años se ha intentado vender como la solución al cambio climático–. Para 2020, de acuerdo con el plan, las emisiones de carbono de la provincia se estabilizarán, y para 2050 declinarán en un 15 % por debajo de los niveles de 2005. Eso significa una reducción mucho menor a la que los científicos consideran necesaria. Pero supera el compromiso del gobierno de Estados Unidos.


Una cosa a la que Stelmach se ha rehusado consistentemente es a “poner freno” al auge de las arenas bituminosas. Este auge ha sido oro, tanto para la economía de la provincia como para la nacional. Los habitantes de Alberta ya están amargamente familiarizados con el ciclo de auge y decadencia; la última vez que los precios del petróleo se colapsaron, en los ochenta, la economía de la provincia no se recuperó por una década. Las arenas bituminosas cubren un área del tamaño de Carolina del Norte, y el gobierno provincial ya ha arrendado alrededor de la mitad, incluyendo 3 512 kilómetros cuadrados que son explotables. Aún tiene que rechazar una solicitud para desarrollar uno de esos arrendamientos, por motivos ambientales o de otro tipo.


Desde un helicóptero es fácil ver el impacto de la industria en el valle del Athabasca. A minutos de despegar de Fort McMurray, en dirección al norte a lo largo del banco este del río, se pasa sobre la mina Millennium de Suncor –los arrendamientos de la compañía se extienden prácticamente hasta el pueblo–. En un día con un poco de viento, las nubes de polvo que emanan de las llantas y las cargas de los camiones de basura se unen en un solo nubarrón enorme que oscurece grandes partes del pozo de la mina y se derrama sobre sus bordes. Al norte, en una extensión intacta de bosque, una nube similar se eleva del siguiente pozo, la mina Steepbank de Suncor; a lo lejos se ven otras dos, y dos más del otro lado del río. Una tarde de julio pasado, las nubes se habían fusionado en una franja que se arrastraba a través del devastado paisaje. Era absorbida por la corriente de aire de una nube de tormenta. En la distancia, el vapor y el humo y las flamas de gas salían de las hogueras de las unidades de procesamiento de Syncrude y Suncor: inevitablemente vienen a la mente “fábricas oscuras y satánicas”, pero al mismo tiempo son una visión fascinante. A kilómetros de distancia, se podía oler el hedor a alquitrán. Cuando estás lo suficientemente cerca, te perfora los pulmones.


Desde el aire, sin embargo, las minas desaparecen rápidamente. Volando bajo sobre el río, tras sorprender a un joven alce que cruzaba un estrecho canal, un biólogo del gobierno, Preston McEachern, y yo viramos en dirección al noroeste hacia las Montañas Birch, sobre vastas extensiones de bosque escasamente distribuido. El bosque boreal canadiense cubre cinco millones de kilómetros cuadrados, de los cuales alrededor de 75 % no han sido desarrollados. Las arenas bituminosas ya han convertido unos 420 kilómetros cuadrados –el 100 % del área total– en polvo, tierra y estanques de residuos. La expansión de la extracción in situ podría afectar a una zona mucho más amplia. En las instalaciones de Firebag de Suncor, al noreste de la mina Millennium, el bosque no ha sido destruido por completo, pero lo atraviesan caminos y oleoductos que dan servicio a un gran tablero de ajedrez de enormes claros, en cada uno de los cuales Suncor extrae betún enterrado a grandes profundidades mediante un conjunto de pozos. A los ambientalistas y los biólogos de la vida salvaje les preocupa que la creciente fragmentación del bosque, tanto por compañías madereras como de minerales, pone en peligro al caribú y a otros animales. “El bosque boreal como lo conocemos podría desaparecer en una generación si no se hacen importantes cambios estratégicos”, dice Steve Kallick, director de la Pew Boreal Campaign, cuyo objetivo consiste en proteger a 50 % del bosque.


McEachern, que trabaja para Alberta Environment, una agencia provincial, dice que los estanques de residuos son su máxima preocupación. Las minas arrojan agua de desperdicio en los estanques, explica, porque no se les permite hacerlo en el Athabasca y porque necesitan reutilizar el agua. Conforme el espeso lodo café surge de las pipas de descarga, la arena se asienta rápidamente, formando el dique que retiene el estanque; los residuos de betún flotan a la superficie. Pero a la fina arcilla y las partículas de cieno les toma muchos años asentarse, y cuando lo hacen, producen una viscosidad similar al yogur –el término técnico es “desechos finos maduros”– que está contaminado con químicos tóxicos como el ácido nafténico y el hidrocarburo aromático policíclico (HAP), que tardarán siglos en secarse por sí solos. Según los términos de sus licencias, las minas están obligadas a recuperarlos de alguna manera, pero han rebasado las fechas límite y aún no han recuperado ni un solo estanque.


En el más viejo y conocido de ellos, el Estanque 1 de Suncor, el lodo sobrepasa por mucho al río, detenido por un dique de arena compacta que se eleva a unos 100 metros de la superficie del valle y está salpicada de pinos. El dique ya ha tenido fugas, y en 2007 un estudio modelo, hecho por hidrogeólogos de la Universidad de Waterloo, estimó que dos litros de agua contaminada por segundo podrían estar llegando al río. Suncor está ahora en el proceso de recuperar el Estanque 1, enviando algunos residuos a otro estanque y remplazándolos con yeso para consolidarlos. Para 2010, asegura la compañía, la superficie será tan sólida como para plantar árboles. El último verano era aún una mancha de lodo beis rayado con betún negro salpicada de espantapájaros de plástico color naranja, que se supone deben disuadir a las aves de aterrizar ahí y morirse.


El gobierno de Alberta afirma que no se está contaminando al río; que cualquier cosa que se encuentre en él o en su delta, el Lago Athabasca, proviene de escurrimientos naturales de betún. El río atraviesa justo por la corriente de las arenas bituminosas que corre río abajo por las minas, y cuando nuestro helicóptero se acercó a unos metros sobre él, McEachern señaló varios sitios en donde el banco del río estaba negro y el agua aceitosa. “Conforme avanzas hacia abajo, hay un incremento de muchos metales –dijo–. Eso es natural, es la erosión geológica. Los peces de la parte alta del Lago Athabasca tienen mercurio; tenemos una advertencia ahí desde los noventa. Hay HAP en los sedimentos del delta. Están ahí porque el río ha erosionado las arenas bituminosas”.


Los científicos independientes, por no hablar de la gente que vive río abajo de las minas en la comunidad de naciones originarias de Fort Chipewyan, en el Lago Athabasca, son escépticos. “Es inconcebible que mover tanto alquitrán no traiga consecuencias”, dice Peter Hodson, toxicólogo de peces de la Universidad de Queen en Ontario. De hecho, un estudio de Environment Canada muestra un efecto en los peces del río Steepbank, que pasa por una mina de Suncor hasta el Athabasca. Los peces cerca de la mina, según descubrieron Gerald Tetreault y sus colegas cuando atraparon algunos en 1999 y 2000, presentaron cinco veces más actividad de un enzima del hígado que deshace las toxinas –medida de la exposición a los contaminantes ampliamente utilizada– como los peces cerca del escurrimiento natural de betún en el Steepbank.


En 2006, John O’Connor, médico familiar que volaba hasta allá una vez a la semana para tratar pacientes en la clínica de salud de Fort Chip, le dijo a un entrevistador de la radio que en años recientes había visto cinco casos de colangiocarcinoma, cáncer de las vías biliares que normalmente ataca a una de cada 100 000 personas. Fort Chip tiene una población de 1 000 aproximadamente; incluso un caso es estadísticamente es improbable. O’Connor no había logrado que las autoridades de salud dedicadas al cáncer se interesaran en el asunto, pero la entrevista en la radio atrajo mucha atención. “De repente estaba en todas partes –dice–. Simplemente estalló”.


Dos de los cinco casos de O’Connor, dice, han sido confirmados por biopsia de tejidos; los otros tres pacientes mostraban los mismos síntomas pero murieron antes de poder practicarles una biopsia (el colangiocarcinoma puede confundirse en las tomografías con cánceres más comunes, como el de hígado o páncreas).


Una noche de invierno, cuando Jim Boucher era un muchacho, en los tiempos en que la industria de las arenas bituminosas llegó a su bosque, regresaba solo en trineo a la cabaña de sus abuelos de un encargo en Fort McKay. Era un viaje de 30 kilómetros más o menos, y la temperatura era menor a los 20° C. A la luz de la luna, Boucher vio una bandada de perdices, aves blancas en la nieve. Cazó cerca de 50, las subió al trineo y se las llevó a casa. Cuatro décadas más tarde, sentado en su oficina de director ejecutivo, en pantalones blancos de algodón y una camiseta deportiva Adidas también blanca, recuerda la expresión de orgullo de su abuela esa noche. “Era otro mundo espiritual –dice Boucher–. Creí que ese mundo duraría para siempre”. Ahora, cuando le preguntan acerca del futuro de las arenas bituminosas y el lugar que ocupa su gente, cuenta esta historia.


Una encuesta realizada por el Pembina Institute en 2007 halló que 71 % de los habitantes de Alberta estaban a favor de una idea que su gobierno siempre había rechazado por completo: una moratoria a los nuevos proyectos de arenas bituminosas hasta que las preocupaciones ambientales pudieran resolverse. “Es mi creencia que cuando el gobierno intenta manipular al libre mercado, suceden cosas malas –dijo el primer ministro Stelmach durante una reunión de ejecutivos de la industria petrolera ese año–. El sistema de libre mercado resolverá esto”.


Pero el libre mercado no considera los efectos de las minas en el río o el bosque, o en la gente que vive ahí, a menos que se vea obligado a hacerlo. Tampoco, si depende de él, tomará en cuenta los efectos de las arenas bituminosas en el clima. Jim Boucher ha colaborado con la industria de las arenas bituminosas para construir una nueva economía para su gente, para remplazar la que perdieron, para proporcionarle un nuevo futuro a los niños que ya no cazan perdices a la luz de la luna. Pero está consciente de los sacrificios. “Es una lucha por equilibrar las necesidades de hoy con las de mañana cuando ves el medio ambiente en el que vamos a vivir”, dice. En el norte de Alberta la pregunta de cómo lograr ese equilibrio se ha dejado en manos del libre mercado, y la respuesta ha sido olvidarse del mañana. El mañana no es su responsabilidad.

Happy President's Day!

I don't have the day off exactly, I have done my normal Monday office work to be prepared for my customers this week. I need to make sure I have recipes, containdiana jones back againiners, grocery lists, labels and heating instructions before I go to the store and to the house.


I woke for good at 5:30 this morning. There was a cat fight on me about 4 or so. Bandera was under the covers with me, Cody was on top of the covers, there was growling, hissing, I encouraged all cats to leave me! I went back to sleep for a short time. I was in the office at 6:30, worked, talked to my sister for a while, have breakfast in the oven.


I'm still having the potato cravings so this morning I am trying a potato and bacon cake. It's in the oven, we'll see how it comes out. If it looks good, maybe there will be pictures.


Last night in an effort to move from the potatoes we had Sweet and Spicy Grilled Cheese Sandwiches and Spinach Salad. Both of the recipes came from The Food You Crave by Ellie Krieger which is a great cookbook, all of the recipes I've tried have been good. If you watch the Food Network she has a show called Healthy Appetite by Ellie Krieger.


Sweet and Spicy Grilled Cheese Sandwiches by Ellie Krieger


Ingredients





  • 2 teaspoons canola oil

  • 1 large red onion, finely diced

  • Salt

  • Freshly ground black pepper

  • 3 ounces sharp Cheddar, thinly sliced, divided

  • 8 slices whole-wheat bread

  • 3 ounces pepper Jack cheese, thinly sliced, divided

  • 1 large or 2 medium beefsteak or hothouse tomatoes, sliced

  • Cooking spray





Directions



  1. Heat oil in a nonstick skillet over medium-high heat. Lower heat to medium. Add onions and saute, stirring, until edges are browned, about 10 to 12 minutes. Season with salt and freshly ground black pepper, to taste.

  2. Place 3/4-ounce Cheddar on 1 slice bread. Spread 1 tablespoon caramelized onions on top of cheese and top with 3/4-ounce pepper Jack. Top with 1 large or 2 medium slices tomato and other slice of bread. Repeat with 3 other sandwiches.

  3. Spray a nonstick skillet or griddle with cooking spray and heat until hot. Place sandwich on griddle and weigh down with a heavy skillet or plate. Lower heat to medium-low and grill until underside is a deep brown but not burnt and cheese is partially melted, about 5 to 6 minutes. Flip sandwich and grill other side, an additional 4 to 5 minutes. Slice in half and serve hot.


I only made two of the sandwiches and used a small skillet with a 28 ounce can of tomatoes for a weight. They looked golden brown and were very tasty. I've made the salad before and might have already posted the recipe, but I'll do it again here just in case.


Spinach Salad with Warm Bacon and Apple Cider Dressing by Ellie Krieger



Ingredients




  • 10 ounces pre-washed baby spinach

  • 2 slices bacon, finely chopped

  • 3 ounces Canadian bacon, finely chopped

  • 2 teaspoons olive oil <cardboard boxes make halloween costumes easy/li>
  • 1/2 red onion, sliced (about 1 cup)

  • 1 pound button mushrooms, coarsely chopped

  • 1 cup apple cider

  • 2 tablespoons apple cider vinegar

  • 1 teaspoon Dijon mustard

  • Salt and pepper



Directions


Place spinach into a large bowl. Cook bacon in a large skillet over medium heat for about 4 minutes, or until it is just crispy. Add Canadian bacon to the skillet and cook for 2 more minutes, stirring frequently. Remove meachoose halloween mask to make the perfect halloween costumet from pan and place on a plate lined with paper towels. Drain any remaining fat from the skillet. Add olive oil and onions to the skillet and cook for about 2 minutes, or until onions soften slightly. Add mushrooms to the pan and cook, stirring frequently, for 2 more minutes. Put onions and mushrooms on top of the spinach. Add apple cider and vinegar to the skillet and turn the heat up to medium-high. Stir to scrape up any bits that are stuck to the bottom of the pan and cook for 8 to 10 minutes or until cider is reduced to about 1/2 cup. Whisk in mustard, salt and pepper, to taste. Pour warm cider dressing over the mushrooms and spinach and toss until the vegetables are well coated. Sprinkle the bacon on top and serve.


I'm not sure what is up for after breakfast. I need to run out and get a couple things for client gifts for this week. I always like to leave a small treat when I cook.


I finished my quilt squares so my homework is done. One is almost perfect and two are okay. I did get better as I made them so progress is good. This week is our last type of square and then I guess we have borders, backing and assembly.






I have time now while breakfast is baking to zip through the shower and get a load of laundry in. I also better check my Fly Lady flight plan for today to see what the mission is.


Have a great President's Day!